miércoles, 11 de agosto de 2010

No me traigáis más vana ofrenda.

En el siglo octavo antes de Cristo, habitaba en Israel un hombre consagrado a Dios, se llamaba Isaías, era hijo de un tal Amoz, que según narra la historia era un hombre perteneciente a la clase rica de ese entonces. Educó a su hijo bajo las más estrictas normas de los judíos, para que luego, al crecer, llegara a ser un hombre importante entre los sacerdotes de esa época, llegando al final a ser elegido de Dios para ser Profeta (resumen de la Síntesis del libro de Isaías).

Desde el inicio del ministerio de Isaías, vemos que es utilizado para corregir y orientar al pueblo de Dios, pues éste se había desviado en idolatrías, en falsas adoraciones, y malas costumbres. Es así, como Dios les envía a decir como base de sus enseñanzas: " No me traigan más vana ofrenda; el incienso me es abominación; luna nueva y día de reposo, el convocar asambleas, no lo puedo sufrir, son iniquidad vuestras fiestas solemnes, me son gravosas, cansado estoy de soportarlas" (Isaías 1:13-14). Pero, Dios no solamente con ellos sino también con nosotros, no sólo dice la falta sino que da la solución, y en los versos siguientes aclara: "Lavaos y limpias, quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de vuestros ojos, dejad de hacer lo malo, aprended hacer el bien: 1- Buscad el juicio (aquí es razonamiento, no juicio judicial); 2- Restituid lo agraviado; 3- Haced justicia al huérfano; 4- Amparad a la viuda... venid luego, y entonces estaremos a cuentas (versos 16-18).

Si nos damos cuenta en éstas frases o diálogos de Dios, vemos que El no anda buscando grandes sacrificios ni holocaustos de nuestra parte, todo lo que quiere es que "le extendamos la mano al necesitado así como EL nos la extiende a nosotros", eso es todo. Si hacemos eso, agradamos el corazón de Dios más que con cualquier sacrificio y vana ofrenda. Meditemos.

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