jueves, 1 de julio de 2010

Peca, el impío; el justo, cae.

Hay una "pequeña" diferencia que para muchos, debido al desconocimiento que hemos tenido de la Palabra de Dios, nos ha sido vedada por muchos siglos y generaciones. No hemos podido entender que cuando el impío comete una falta, Dios la mira como un pecado; pero, esa misma falta cometida por un justo, Dios la mira como una caída, como una debilidad, como un error que no sólo puede sino que hay que llegar a repararse. Nos explicamos.

Dios es nuestro Padre, y por lo mismo es una figura o un reflejo de lo que EL espera de nosotros. Si uno de nuestros hijos tiene problemas con el alcohol, con la indisciplina, con la mentira, etc. nosotros hacemos hasta lo imposible por librarle de esa falta o debilidad. Pero si esa misma falta la comete alguien que tan sólo vive en nuestra casa, no somos tan tolerantes. A la segunda, tercer, o cuarta ocasión en que la comete, lo despachamos. No importa si nuestro hijo no quiere regenerarse, no importa si se va de la casa, no importa si se va lejos por mucho tiempo. Nuestro instinto de padres es seguir buscándolo, seguir dispuestos a luchar con él, seguir dispuestos a ayudarlo. No así con el que no es nuestro familiar, llega un momento en que como se dice comúnmente tiramos la toalla.

Dios sabe, que aún siendo sus hijos caerémos, pues EL ha dicho: "Siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse, mas los impios caerán en el mal" (Proverbios 24:16). Por ello, una de las recomendaciones que nos da la Palabra es que oremos por los nuestros, pues también nos explica: "Me levantaré de mañana, te alabaré entre los pueblos, oh Señor" (Salmo 57:9). ¿Para qué? Para que cuando necesitemos ayuda la tengamos: "Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece; El enviará desde los cielos y me salvará de la infamia del que me acosa" (Salmo 57:2-3). Recordemos, la misma falta, para Dios, es juzgada diferente si se es un impío o si se es un justo, pues uno es hijo pero el otro no. Meditemos.

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