viernes, 23 de julio de 2010

¡Por qué a mí, Señor!

Por qué a mí, Señor. Es una expresión que los que acostumbramos ir a una congregación muchas veces nos hacemos. Por qué a mí me tienen que tocar todos los regaños, por qué a mí me tienen que hablar como llamándome la atención. Por qué no lo hacen con el bolito de la calle, con la mujerzuela de la calle, con el ladrón de afuera, etc.

Si tan sólo lograramos entender que el hecho de que lo que "dice" un líder, lo que "predica" un pastor, lo que "escribe" alguien por allí... NO es un regaño para nosotros, aún y cuando pareciera. Es simplemente que Dios está teniendo "misericordia" de nosotros para que no caigamos en lo que otros caen. Es misericordia de Dios para que se lo enseñemos a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, y tengamos el gozo de una generación sana y salva. Si vemos la historia en las sinagogas del pasado judío, sucedía; en la iglesia primitiva, sucedía; a los apóstoles, les sucedió con Jesús de tal suerte que las palabras de Jesús sonaron tan duras que varios de sus discípulos (no de los 12 apóstoles) se fueron para no regresar más (Juan 6:66).

En lugar de sentir duras algunas palabras que nos dicen, que oimos, o que leemos, demos gracias a Dios, porque nos está biendo con ojos de misericordia, y nos está avisando que NO quiere que lleguemos a lo que otros han llegado. Meditemos.

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