jueves, 23 de junio de 2011

Mi Hijo amado... en quien tengo complacencia.

¡Qué palabras tan preciosas éstas! Qué agradable escuchar a alguien decir esto de nosotros, pero, mucho más agradable ha de der que sea el propio Dios quien nos lo diga.

Fue Dios en un día en que Jesús fue al Jordán a bautisarse en manos de Juan, que Dios dijo de él: "Este es mi Hijo AMADO, en quien tengo complacencia" (Mateo 3:17). ¿Por qué Dios se atreve a decir así de alguien que ni siquiera había comenzado un ministerio? ¿Por qué muchos que ya están en el ministerio no reciben ésta expresión de amor de Dios? La respuesta es simple, Jesús se había preparado para éste momento, pero cuando decimos se había preparado no quiere decir que venía de un Instituto Bíblico, ni que venía de una congregación repleta de normas, reglas, y estatutos inventados por los hombres, no. Jesús venía de estar durante cuarenta días en la presencia de su Padre y de haberse puesto en sus manos, comprometiéndose a abstraerse de los placeres de éste mundo, para HACER SU VOLUNTAD, es decir la voluntad del Padre.

Eso fue, o esa fue, la preparación de Jesús. Los mismos escribas, fariseos, saduceos dijeron de él: "¿Cómo sabe éste, tantas letras sin haber estudiado?. ¿Sabe usted por qué decían así? Porque los escribas, los saduceos y los fariseos estudiaban toda la vida en instituciones especiales para llegar a conocer lo que Jesús estaba enseñando, y ellos JAMAS lo vieron por allí. Para que Dios pueda decir de nosotros: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", solamente tenemos que hacer su voluntad, pero para saberla, tenemos qué estar en el desierto con él. Meditemos.

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