lunes, 31 de enero de 2011

El que no cree.

El Apóstol Juan, Juan el Amado de Jesús, Juan el único hombre sobre la faz de la tierra que por recostar su cabeza en el pecho del Señor, tuvo también el privilegio de recibir toda la revelación acerca de los tiempos de fin.

Ese mismo hombre fue quien recibió otros privilegios de Nuestro Señor, estuvo entre quienes vieron la transfiguración en el monte; estuvo al lado del Señor en la última cena, y recibió del corazón de Jesús luz acerca de la vida y la muerte como nos lo dice en su epístola en el capítulo 3 y verso 36: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo NO VERA LA VIDA, sino que la IRA de Dios está sobre él". Muchas personas se viven quejando que todo les sale mal, que empresa que emprenden está destinada a quebrar; que lucha que hacen resulta infructuosa, etc. Pero, cuando ha sido el momento de conocer y recibir a Nuestro Señor, piensan, esas son cosas para viejas o para moribundos pero no para hombres. El estar bajo el amparo del altísimo nunca ha sido sólo situación de ancianos o de moribundos.

El Señor mismo en los albóres de su ministerio dijo: "No he venido a los que están sanos, sino he venido a sanar a los enfermos". Y, si somos honestos, nosotros somos enfermos. El orgullo no deja que veamos que somos enfermos, pero lo somos. Y, en la medida que lo comprendamos, dejaremos que Dios tome la rienda de nuestras vidas y haga con ellas lo que le plazca, que dicho sea de paso... nunca será malo. De lo contrario, la ira de Dios caerá sobre nosotros. Meditemos.

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