martes, 11 de enero de 2011

Cuando se cumplió el tiempo... afirmó su rostro y fue a Jerusalén.

¿Quién en seis mil años de historia humana no ha tenido problemas? ¿Quién es aquél varón o hembra que no ha sufrido en su corta o larga vida? Sufre el varón por el trabajo duro que tiene que desempeñar; sufre la mujer porque su trabajo es arduo y generalmente ni se mira ni se reconoce; sufre el pobre porque tiene carencias; y, sufre el rico por sus temores.

Toda persona creyente en Cristo o no creyente, sufre. La diferencia es que, cuando uno tiene a Cristo en el corazón uno sabe que no está solo en la lucha. Uno sabe que siempre hay una solución y una esperanza en la desgracia, en la tragedia, en la soledad, aún en el abandono. ¿Por qué está esa esperanza? Pues simplemente porque fueron experiencias que el mismo Jesús sufrió cuando estuvo sobre la tierra, y eso, le da la capacidad suficiente para consolarnos, para guiárnos, para exhortarnos. Vea usted un pasaje simple de la vida de Jesús en donde nos enseña cómo enfrentar las penas: "Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de los hombres" (Lucas 9:44). Estas palabras se las dijo a sus discípulos antes de ir a Jerusalén a que lo tomaran preso para asesinarlo.

Y más adelante el evangelista nos dice lo siguiente: "Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, AFIRMO SU ROSTRO para ir a Jerusalén" (Lucas 9:51). Esto es la forma como él nos enseña que hemos de enfrentar las pruebas... afirmando el rostro, siendo valientes, confiando en que él tiene una solución a nuestro conflicto. Meditemos.

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