viernes, 10 de diciembre de 2010

Soy cristiano y ¡ya estuvo!

Muchas personas creen que llegar a un servicio religioso y hacer una confesión pública de su amor por Jesús, es suficiente para entrar al reino de los cielos. Hemos de decir que ser cristiano no significa cumplir con un requisito como se haría en cualquier otra institución. El ser cristiano es una batalla diaria que se inicia el día que hacemos una confesión de nuestro amor por Jesús, y el deseo de agradarlo dura todo el resto de nuestra vida.

Ahora bien, el hecho de hacer una confesión de nuestro amor por Jesús, solamente nos da la entrada al reino de los cielos, pero, el seguirlo y permancer es lo que nos hace avanzar en dicho camino. Exponemos el ejemplo que por excelencia nos ha gustado hacer cada vez que predicamos el evangelio. Cuando eramos niños y estudiábamos en el colegio todos estábamos inscritos en el colegio (haciendo una analogía, todos habíamos hecho una confesión de fe); todos nos presentábamos a diario en el colegio con nuestro uniforme (todos buscamos a Dios a diario hoy en día); pero unos estudiaban más que otros y al final del año eran quienes obtenían las mejores notas, y por lo tanto, los mejores premios (hoy, en el cristianismo es igual, los que más se esfuerzan por agradar a Dios tendrán mejores premios). Nos explicamos mejor.

Mateo nos dice las palabras de Jesús en el capítulo 10 y verso 40-42: ¡Hay recompensas!. Recompensas para los profetas, para los justos, para los que hacen bien a otros, etc. Si le cuesta creer esto, le preguntamos: ¿Creería usted que Dios es justo, si le da la misma recompensa al apóstol Pablo que al ladrón de la cruz? Pablo dedicó toda su vida a buscar y a agradar a Dios. El ladrón de la cruz lo hizo hasta el último día de su vida. No basta con decir Yo scristiano y ya la hice. Meditemos.

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