domingo, 12 de diciembre de 2010

Clama a mí, y yo te responderé.

Todo ser humano tiene problemas, dificultades, penas, angustias, limitaciones, y hasta luto en casos extremos. Esos son los momentos en los que uno clama a Dios, y espera una respuesta de él.

El hecho de clamar a Dios en esos momentos no está malo desde ningún punto de vista, lo único, es que nos cuesta ser conscientes de que él responde según la relación que hemos tenido con él. ¿A qué nos referimos? Bueno, lo ponemos así, cuando usted conoce y a intimidado con una persona de autoridad, con una persona en eminencia, con una persona que está en un cargo o en un puesto en el cual, o, desde el cual usted puede ser ayudado, pues usted recurre a él inmediatamente e inmediatamente es atendido. Pero, cuando usted NO lo conoce ni mucho menos ha intimidado con él, usted recurre a intercesores. A terceras personas que lo conozcan y hayan intimidado con él para ser atendido, y eso lleva tiempo de espera. Eso es exactamente lo que nos sucede con Dios.

Cuando usted a diario lo busca, a diario le agradece todo lo recibido, a diario pone su vida en sus manos, el día que usted tiene una necesidad no siente pena, ni verguenza, ni se siente alejado de él para decirle: ¡Señor, AYUDAME! Usted está plenamente convencido de que él actuará, porque usted a fomentado un amor sincero con él, usted a fomentado una amistad con él, usted a intimidado con él. Entonces se cumple la palabra del Salmo 50:15: ¡Clama a mí, dice Jehová, y YO te responderé... pero tú me servirás". Meditemos.

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