miércoles, 29 de diciembre de 2010

Cuando Dios nos escupe.

Suena duro decir que Dios nos escupe, puesto que por siempre esa acción la tomamos como una falta de respeto, como algo que nos da asco, o simplemente como algo inadecuado.

Pero, si nosotros vemos las escrituras y analizamos desde esa perspectiva la acción de escupir, veremos una diferencia que lejos de causarnos asco o repugnancia nos dará alivio. En los días en los que Jesucristo fue tomado prisionero y sentenciado a muerte, leemos que los hombres le escupían y se burlaban de él. Eso le trajo al hombre la condenación. Todo aquél que participó de escupir al Señor, o, que en su defecto lo respaldó fue condenado, lo puede ver en lugares como: "...Y le escupían y se burlaban de él..." (Marcos 15:19), "Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos" (Mateo 27:25). Ahora bien, vea usted lo que sucede cuando Dios es quien nos escupe a nosotros: "Y llegando a la región de Tiro y Sidón... le trajeron un sordo y tartamudo... y escupiéndo Jesús, le tocó la lengua y le sanó" (Marcos 7:31-35). Vino pues Jesús a Betsaida y le trajeron un ciego...y escupiendo en sus ojos, le preguntó si veía..." (Marcos 8:23-26).

¿Qué es lo que queremos ilustrar? Que cuando tenemos penas y problemas creemos que Dios nos está escupiendo (y quizás sea así), y que con ello, nos está humillando, nos está tratando de destruir. Pero la verdad es que aún y cuando estemos en problemas lo que él desea es sacarnos a delante. Muy diferente es, cuando nosotros somos quienes lo escupimos a él, eso trae maldición. Meditemos.

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