domingo, 26 de diciembre de 2010

¿Para qué molesteas al Maestro?

En cierta ocasión, Jesús estaba predicando en la región del Mar de Galilea, cuando se le acercó un principal de una de las sinagogas para pedirle que por favor fuera a su casa y orara por su hija, pues ésta estaba enferma y no había forma de sanarla.

Jesús escuchó su ruego pero mientras iban de camino hubo otro incidente, el cual hizo que Jesús perdiera tiempo, pocos minutos después de esto, se acercaron persona allegadas a Jairo, pues así se llamaba el principal de la sinagoga, para decirle ¿Para qué molestas al Maestro, pues tu hija ya murió? La respuesta la dió Jesús no Jairo, diciendo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta sino duerme (Marcos 5:21-43). ¿En cuántas ocasiones nosotros no "molestamos" al Señor porque pensamos que lo que le pedimos no es tan importante? Pensamos que el Señor tiene sucesos más altos que los nuestros para resolver y por ello mejor no le pedimos. Es cierto, el Señor tiene enfermos de cáncer que atender; tiene personas que están de luto que tiene que consolar; tiene niños desvalidos y desnutridos por los que tiene que velar en la calle; pero, eso no implica que nuestra pena, aunque sea menor, no lo conmueva.

Acerquémonos confiadamente al trono de misericordia para hacer nuestras peticiones, el Señor está anhelante de tendernos una mano. Por sencillo que sea lo que nosotros necesitemos, él sabe que es una necesidad también. No sólo el enfermo de cáncer tiene necesidades, también un hombre necesita empleo por acá; también una ama de casa necesita un esposo cariñoso por allá, etc. Meditemos.

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