sábado, 4 de diciembre de 2010

Porque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.

Actualmente, cuando alguien se dice cristiano o cuando a alguien lo señalan como tal, se espera de esa persona una vida santa, pura, sin mancha, sin tacha alguna, sin errores, con todas las virtudes a flor de rostro y en la plenitud de sus expresiones.

Ese, es el ideal del cristiano, esa es la meta que todos perseguimos, no sólo para agradar a los hombres sino primeramente para agradar a Dios, lamentablemente, como dijo Jesús en su oración de Juan 17: "No somos del mundo, pero estamos en él". Y, como escribió Juan en su primera epístola: "Ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que hemos de ser". Todos, hasta nosotros los mismos cristianos quiséramos vivir en un mundo que realmente representara todos los poderes y las virtudes que se supone debemos tener, pero la realidad es otra. No estamos hablando aquí, de que ya con ésta introducción cualquiera que se diga cristiano pueda vivir como quiera, no. Estamos hablando de que la lucha es constante, progresiva, y difícil. Dios Padre, Cristo, y el Espíritu Santo, no son magos con sombreros que sacan conejos, globos, y pañuelos de la nada. Estamos hablando que son seres espirituales perfectos, y que tratan las vidas de las personas para hacer en ellos y de ellos, productos espirituales eternos.

Para hacer un mueble rústico un carpintero toma poco tiempo, pero para hacer un mueble fino, se toma su tiempo. Eso es lo que Dios Padre, Cristo, y el Espíritu Santo hacen con su gente. Poco a poco, con paciencia, con dedicación, con esmero... porque quieren productos finos, bien terminados, productos eternos. Productos que algún día manifiesten lo que ellos son. Meditemos.

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