sábado, 30 de octubre de 2010

Somos más afortunados que los antiguos.

El pueblo de Dios (antiguamente israel natural) siempre tuvo la bendición que Dios le enviara a sus siervos los "profetas" para comunicarse con ellos. De tal manera que siempre estuvieran informados o actualizados acerca de lo que Dios quería o esperaba de ellos.

Siempre hubo un alguien que llevara la Palabra de Dios de los cielos a los oídos del pueblo, ejemplo: Un Isaías profetizando el cautiverio en Babilonia de ésta forma: "Ezequías, oye palabra de Jehová: He aquí vienen días en que todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada dijo Jehová" (2da. Reyes 20:16-17). Hubo un Jeremías advirtiendo de llevar una buena vida para nos ser desterrados, diciéndolo así: "Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en éste lugar" (Jeremías 7:3). Pero, ahora en éstos últimos tiempos, nosotros los que seguimos el evangelio de Jesucristo, tenemos un mejor profeta. Lo dice el libro de Hebreos en éstas palabras. "Dios, habiendo HABLADO muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los PROFETAS, en estos postreros días nos ha hablado por el HIJO, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo" (Hebreos 1:1-2).

Qué privilegio tan grande e inmerecido tenemos nosotros en éstos postreros días, que ahora ya no manda Dios profetas sino a su mismísimo HIJO para que sea el quien diga: "Todo el que pierda su vida por causa de mi y del evangelio, la salvará" (Marcos 8:35). "Padre, de todo lo que tu me das, no pierda yo nada, sino que lo resucite en el día postrero" (Juan 6:39). "Padre, aquellos que me has dado, QUIERO que donde yo estoy (a la diestra de tu mano en el reino) ellos estén conmigo" (Juan 17:24). Meditemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario