miércoles, 20 de octubre de 2010

Oid, pues, hoy mi voz.

Los grandes problemas, las grandes angustias, las grandes tragedias vienen por NO querer oír. El que no oye, no puede entender, el que no entiende, ¿cómo puede hacer lo correcto?. Y, si no hacemos lo correcto, ¿cómo pretendemos tener el resultado correcto?.

Esto es lo que Dios le quiso enseñar desde el principio a su pueblo, pero el pueblo NO lo comprendió, fue así, cómo, habiéndole Dios entregado a sus enemigos y puestolos a sus pies, ellos perdieron hasta la tierra santa, teniéndola que esperar hasta éste final de los tiempos. En Deuteronomio 28:1 leemos: "Acontecerá que si OYERES atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra". Pero qué sucedió, que el pueblo no oyó a Dios, y perdieron la tierra. En el capítulo anterior Dios les había dicho lo que NO quería que hicieran y fue lo que hicieron: Maldito el hombre que hiciere esculturas, e hicieron esculturas; maldito el hombre que deshonre a su padre y a su madre, y deshonraron a sus padres y a sus madres; maldito el hombre que hiciere errar al ciego en su camino, e hicieron errar a los ciegos (los que no concían los mandamientos dados por Dios, no los ciegos físicos); maldito el hombre que se acostare con la mujer de su padre, y hubo unos que lo hicieron; maldito el que se ayuntare con bestias, y hubo zoofilia entre ellos.

Si queremos tener resultados sin penas, sin angustias, y adecuados... entonces primero oigamos la voz de Dios con respecto a cada asunto. De lo contrario la decisión será humana y el resultado igual. Pero si consultamos con Dios, aún y cuando haya problemas, él nos ayudará a solucionarlos, pero lo más seguro es que el resultado sea el adecuado. Meditemos.

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