sábado, 5 de junio de 2010

Y el velo del templo se rasgó.

Tantas veces hemos leído en la escritura la expresión: "Y el velo del templo se rasgó", pero ¿Qué era ese velo y qué significado tenía y tiene?. El templo de Jerusalén estaba dividio en tres partes, el Atrio, lugar al que entraban todos los judíos por nacimiento o por nacionalidad; el Lugar Santo, en donde solamente entraban los sacerdotes, y no podía entrar el pueblo; y, el Lugar Santísimo, aquél lugar en donde se guardaba el arca del pacto que tantos años llevaron en hombros los que salieron de Egipto (ver Exodo y Deuteronomio).

Todos los años los judíos estaban obligados por la ley de Moisés a presentarse al templo, pero los sacerdotes y el Sumo Sacerdote vivían en el templo y sus edificios (aquellos de los que Jesús nos habló que iban a ser destruidos). Los sacerdotes eran los encargados de realizar las tareas diarias, y tareas especiales según su orden como lo vemos en el caso de Zacarías el padre de Juan el Bautista (Lucas 1:8). Pero la tarea del Sumo Sacerdote era entrar "solamente" una vez por año en el Lugar Santísimo para ofrecer una ofrenda por él primeramente, para no morir delante de la presencia de Dios; y luego por el pueblo. El Lugar Santísimo era tan sagrado que tenía un velo muy grueso para que nadie pudiera entrar ni ver nada. Era un lugar tan resguardado que cuentan los historiadors como Josefo, que el Sumo Sacerdote el día que tenía que entrar, entraba amarrado con un lazo en el pie por si se daba el caso de que muriera dentro, puesto que nadie podía entrar a sacarlo entonces había de ser halado.

Ese es el velo que se rompió cuando Jesús murio. ¿Por qué? Pues porque EL era el "cordero" verdadero, de ese día (el día de su muerte o sacrificio) ya no iba a ser necesario matar más corderos para remisión de pecados. Jesús era también el Sumo Sacerdote de Sacerdotes que iba a interceder por nosotros directamente a la derecha del Padre. Por ello el escritor de Hebreos nos dice: "Acercaos, pues, CONFIADAMENTE al trono de gracia, para alcanzar misericordia..." (Hebreos 4:16), porque ahora ya no necesitamos de nadie para hablar con Dios, lo podemos hacer personalmente y en cualquier lugar, que, coicidentemente, fue lo que Jesús le dijo a la Samaritana en Juan 4:23). Meditemos.

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