sábado, 12 de junio de 2010

¿En qué confiamos, en dónde tenemos nuestras fuerzas?

Cuando eramos pequeños con nuestros primos y amigos soñábamos lo que íbamos a ser y a hacer de mayores, unos soñaban con tener su propia finca, otros con tener varias casas, otros con ser empresarios, otros con ser profesionales, otro más con ser piloto de aviones, etc. Unos hemos logrado a Dios gracias nuestros sueños e ilusiones, otros no.

Pero, ¿Cuál era la razón que nos motivaba a hacerlo? Hasta donde logramos recordar no solamente era el gusto por ser y hacer, sino había un motivo económico, pues mirábamos a quienes eran o tenían lo que nosotros queríamos y vivían muy bien. En ese tiempo, ninguno de nosotros tenía el privilegio de haber tenido un encuentro personal con Cristo. Hoy, casi todos conocemos a Jesús, casi todos caminamos con los ojos puestos en otro punto cardinal. El rey David, aquél hombre que llegó a conocer a Dios a tal grado que la escritura misma dice de él: "Un hombre, cuyo corazón era semejante al de Dios", explica en el Salmo 20 y verso 7 la diferencia de pensamiento.
"Estos confían en carros, y aquellos en caballos; Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria".

Esa es la diferencia entre el tiempo en cuando éramos chicos al día de hoy. Hoy ya no nos mueve el dinero, sabemos que cada día vale menos; hoy ya no nos mueve lo que se pueda llegar a tener, pues todo se ha de corroer, podrir o deteriorar; hoy no nos mueven los gozos y los manjares de éste mundo, pues Jesús nos ha ofrecido mucho más para el otro mundo; hoy, tenemos nuestra confianza puesto en el autor y consumidor de la fe, en Jesucristo mismo. Meditemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario