viernes, 12 de agosto de 2011

Campo de sangre.

Nos narran los evangelios la muerte de Judas. Judas el Iscariote, el que traicionó a su maestro por unas monedas. Triste predestinación la de aquél hombre que desde antes de nacer estaba condenado.

Dice de él la escritura: "Y Satanás esté a su diestra. Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración sea para pecado; sean pocos sus días; tome otro su oficio; sean sus hijos huérfanos, y su mujer viuda; anden sus hijos vagabundos y mendiguen; no tenga quien le haga misericordia; ni haya quien tenga compasión de sus huérfanos; su prosperidad sea destruida... en la segunda generación sea borrado su nombre" (Salmo109:6-13). Y aún hay quienes dicen que no hay predestinación. Judas estaba predestinado a ser quien entregara al Señor, tanto así, que las palabras de Jesús acerca de él fueron: "Bueno le fuera a ese hombre, no haber nacido" (Marcos 14:21). Pero el punto que deseamos ver hoy no es ese, el punto es que con el dinero que mal obtuvo y que luego devolvió, los líderes compraron un terreno para que sirviera de cementerio. Esa es una parábola de las que nosotros denominamos "encubiertas", pues es un ejemplo para que las iglesias no reciban dineros mal habidos.

Bajo el lema de que el dinero del impío sirve para el pío, muchas iglesias se están prostituyendo al tomar dineros mal habidos para fines benéficos, fines que resultan ser campos de sangre. No es ese el espíritu que Dios desea para su casa, su templo, su iglesia. Jesús mismo echó a los cambistas del templo, porque lo estaban convirtiendo en casa de ladrones. Agrademos a Dios no al hombre. Meditemos.

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