viernes, 24 de septiembre de 2010

¡Ay de los pastores que destruyen!

A Jeremías se le conoce como el profeta llorón, pues toda profecía que dio era "negativa" a criterio de los sabios de su época. Pero, lo que los sabios de su época no comprendieron sino hasta que ya fue demasiado tarde, era que sus palabras no eran suyas sino venían de Dios. En otras palabras Jeremías no profetizaba para agradar al pueblo sino decía lo que Dios le declaraba que dijera.

Así, debido a los pecados de idolatría del pueblo, Dios envía a Jeremías a advertirlo que su pecado ha sido tan grande, que irá en cautiverio a tierra lejana y desconocida. Pero, los pastores y profetas que estaban en contra de Jeremías y que no escuchaban la voz de Dios, profetizaban: "paz tendréis y no vendrá mal sobre vosotros" (Jeremías 23:17). Por ello, Dios le dice a Jeremías lo siguiente: "¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño!" (Jeremías 23:1); "Tanto el profeta como el sacerdote (pastores que dicen paz) son impíos; aun en mi casa hallé su maldad" (Jeremías 23:11); "No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová" (Jeremías 23:16).

En éstos días estamos viviendo una oleada de la misma agua amarga de falsas profecías, tenemos que tener cuidado de quién profetiza y aún del líder que nos dice: "Todo estará bien", "La economía se está arreglando", "Pronto vendrá la paz", etc. Ciertamente Dios prometió a su pueblo que lo libraría del mal y de su ira, como lo hizo con Noé (pero dentro del arca, no quitándolo), pero que el mal venía en los días en que la maldad se multiplicara como lo vemos hoy, también es palabra de Dios. Confiemos en que El nos cuidará, pero no creamos que el castigo, sus juicios, no vienen. Meditemos.

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