lunes, 11 de abril de 2011

Uno... pero medio roto.

"Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una sola carne", Génesis 2:24. El matrimonio, fue instituido por Dios, y, fue instituido entre un hombre y una mujer, no entre dos hombres ni entre dos mujeres, ni ningún otro tipo de convinaciones posibles. Un hombre y una mujer, punto.

Además, dicho matrimonio el Señor quería que fuera "en yugo igual". Pablo, inspirado por el Espíritu Santo de Dios nos dice: "No os unáis en yugo desigual, ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?. ¿Qué significan éstas palabras de Pablo? Simplemente, significan el pensamiento de Dios, el deseo de Dios, la voluntad de Dios. El pueblo de Israel fue elegido por Dios, y cuando fue elegido se les dijo: "No tendréis dioses ajenos a mí, Jehová; porque yo soy tu Dios, tu único Dios". A Salomón se le dijo: "No es de los reyes, el tener muchas mujeres". A la iglesia se le dice: "Entrégate a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser". El pueblo de Israel no hizo caso de la palabra de Dios, y, no dejó la idolatría sino hasta que fue cautivo. Salomón no hizo caso al tener muchas mujeres que lo hicieron caer en idolatría, y no lo entendió hasta que perdió el reino. A nosotros se nos dice: "Porque no eres ni frío ni caliente... te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis).

Casarse en yugo desigual nos trae faltas, y en ocasiones muy profundas como la idolatría. Antiguamente cuando alguien del pueblo de Dios se quería casar con alguien que no era del pueblo de Dios, primero éste segundo tenía que convertirse a las leyes de Dios, de lo contrario perdían ambos la bendición de Dios. Vea el libro de Nehemías, cómo llega el momento en que, es Dios, quien rompe esos matrimonios y hasta tienen que sacar a los hijos de casa (Nehemías 9 y 10). Busquemos ser uno, pero no medio roto. Meditemos.

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