viernes, 8 de abril de 2011

Las cartas.

Todos hemos recibido alguna vez una carta, unas tienen una importancia otras la tienen menos. Algunas las guardamos, otras las tiramos en su momento.

Hay cartas de cartas. Si usted habla con una pareja de ancianos que haya estado casados durante cuarenta o cincuenta años, es seguro que uno de los dos o los dos tienen guardadas las cartas que se escribieron cuando se conocieron, se enamoraron, y luego la boda. Otras cartas, quizás de algunos hermanos o amigos que vivieron lejos por algún tiempo, usted las guardó por años pero luego se hicieron viejas, obsoletas, etc. el hecho es que ya fueron tiradas. Y, otras cartas, como las que le recordaban una boda, un cumpleaños, un evento, de no ser éste un tanto importante se tiraron mucho más pronto. El Señor nos ha mandado cartas de amor desde antes que nosotros naciéramos, esas son las cartas que nosotros no solamente hemos de guardar sino hemos de leer constantemente.

Si deseamos una carta de amor íntimo, leamos El Cantar de los Cantares; si deseamos una carta de amor paternal, leamos Juan; si deseamos una carta que nos oriente a vivir correctamente, leamos Levítico, Deuteronomio, Hebreos; deseamos una carta correctiva leamos las epístolas Timoteo, Tito y filemón; si deseamos una carta que nos devele el misterio de los misterios leamos Gálatas y Efesios. O, cartas que nos enseñen a vivir correctamente la vida, leamos Salmos, Proverbios, y Eclesiastés. Esas son las cartas de amor que Dios nos mandó, y que no debemos tirar nunca. Meditemos.

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